Lucifer, la culpa y la ilusión: Una lectura no dual de la serie
- Alison Sarah
- 17 jun
- 5 Min. de lectura

I. Introducción: ¿Y si el infierno no fuera más que una proyección?
La serie Lucifer, que empieza como una especie de comedia policial con un diablo sexy resolviendo crímenes en Los Ángeles, toma rápidamente un giro existencial. Detrás de los chistes y referencias bíblicas, se esconde una verdadera cuestión: ¿y si lo que creemos que es el mal, en realidad, solo fuera un malentendido? ¿Y si todo esto hablara de nosotros?
Vista con los lentes de la no dualidad y de Un Curso de Milagros, esta serie no es solo “entretenida”: es espiritualmente brillante. Contiene todos los ingredientes del sueño de separación, la culpa proyectada, la necesidad de castigo y la búsqueda (a menudo torpe) del perdón.
II. El infierno es un estado mental
Una de las frases más impactantes de la serie la pronuncia el propio Lucifer:
“No estás encerrado aquí por mí. Estás aquí porque crees que lo mereces. Las puertas del infierno no están cerradas. Nunca lo han estado. Podrías irte en cualquier momento. Pero no lo haces, porque no crees merecerlo.”
Esa frase lo dice todo. El infierno no es un lugar con fuego y tridentes. Es un bucle mental donde uno gira en círculos con su culpa. Nadie te retiene, excepto tú mismo. Es exactamente lo que enseña el Curso: te auto-castigas por un error que en realidad nunca cometiste. Y cuanto más crees que mereces el sufrimiento, más lo refuerzas.
III. El espejo de la culpa
Lucifer tiene un don particular: puede hacer que las personas digan sus deseos más profundos. Pero este “superpoder” lo enfrenta constantemente a lo que los demás no quieren ver… y a lo que él mismo no se atreve a mirar. Se siente responsable de todo: de la caída, del caos, del rechazo de su padre. Y aunque actúe con indiferencia, por dentro sufre.
Luego está Chloe. Ella es el símbolo del amor inocente. Él quisiera creer en eso, pero no puede. No se siente digno. Y aunque ella lo ame sinceramente, él duda. ¿Te suena? Todos hacemos lo mismo, muchas veces sin darnos cuenta. Mientras no nos hayamos perdonado a nosotros mismos, no podemos realmente acoger el amor.
IV. La caída y el cuerpo: una ilusión de separación
En los libros de Gary Renard con Arten y Pursah, aprendemos que el cuerpo es una invención del ego para justificar la separación. El ego dice: “mira, soy diferente de ti, tengo un cuerpo”. Es una estrategia para mantener la ilusión de que somos seres separados, cada uno en su burbuja.
Lucifer, al encarnarse, experimenta este conflicto. Quiere ser reconocido, amado, encontrar su lugar en el mundo, pero nada de eso lo llena realmente. Está movido por un vacío que ningún éxito exterior logra colmar.
Incluso su apariencia lo demuestra: cuando se ve como el diablo, es una proyección directa de lo que piensa de sí mismo. Su rostro demoníaco no es un castigo externo, sino el reflejo de su propia condena interior. Y cuando recupera sus alas de ángel, no es un regalo caído del cielo, sino el signo de que su percepción empieza a alinearse con la verdad de lo que realmente es.
Oscila entre esas dos imágenes de sí mismo, como nosotros oscilamos entre el miedo y el amor, hasta que elegimos escuchar otra voz.
En varias ocasiones, incluso rechaza sus alas, las mutila o intenta deshacerse de ellas, como si no fuera digno de llevarlas. Este rechazo simboliza la creencia de que hemos estropeado nuestra pureza, que hemos perdido nuestra inocencia… cuando en realidad es solo nuestra percepción la que se ha nublado.
La luz nunca se apagó; simplemente corrimos la cortina.
Y lo más sorprendente es que terminamos defendiendo esa oscuridad. Como Lucifer, defendemos nuestra pequeñez, nuestra indignidad, nuestro personaje herido, por miedo a descubrir que todo eso no es real. A veces es más cómodo creerse caído que recordar nuestra grandeza natural, porque el ego sabe que, al reconocerla, desaparece. Entonces, mantenemos nuestras cadenas… aunque no sean reales.
Esta búsqueda también atraviesa a los otros personajes celestiales. Mazikeen quiere demostrar que es más que un demonio. Amenadiel quiere ser un buen hijo, buen hermano, buen padre… Todos buscan autojustificarse, construir una versión más aceptable de sí mismos.
Ahí está la ilusión de la auto-actualización: creer que hay que alcanzar algo para merecer el amor o la paz. Peor aún: a veces creemos que es Dios quien nos juzga o nos castiga, como si nuestros fracasos fueran pruebas de que no somos suficientemente buenos.
Es exactamente lo que vive Lucifer: cree que su padre lo ha rechazado, cuando en realidad proyecta en Dios su propia culpa no perdonada.
Es el mismo mecanismo que nos hace creer que una enfermedad es un castigo o una señal de que hicimos algo mal. Pero lo que percibimos no es más que el reflejo de lo que creemos ser. Y esta creencia se puede cambiar. Porque nuestro valor no depende de lo que hacemos o no hacemos. Es eterno, porque fue dado por el Amor mismo.
V. El perdón verdadero: clave para la salvación
En un momento, Lucifer empieza a soltar. No todo de golpe, claro. Pero poco a poco entiende que lo que creía tener que expiar… era solo una historia que se contaba a sí mismo. Pensaba que su padre lo había desterrado. Pero en realidad… fue él quien creyó no merecer más su amor.
Es profundamente conmovedor ver cómo evoluciona su relación. Porque, en el fondo, Dios nunca ha condenado a nadie. Solo es la mente la que creyó haberse separado.
El perdón no es decir “ok, no pasa nada por lo que hiciste”, es ver que, en realidad, no pasó nada. Nada dañó al amor. Y eso… es un alivio inmenso.
“Dios no sabe que has dejado el Cielo. Es imposible, así que nunca ocurrió.”
Y de cierta forma, cuando Dios aparece en la serie y ves que nunca dejó de amar a Lucifer, entiendes que toda esa historia de rechazo, de castigo… estaba solo en la cabeza del hijo. Es conmovedor, porque es igual para nosotros. Nunca fue Dios quien se alejó. Fuimos nosotros quienes creímos tener que huir.
VI. Lucifer en cada uno de nosotros
Lucifer no es solo un personaje. Es una parte de todos nosotros. La que cree que está demasiado rota para ser amada. La que quiere creer en el amor, pero no sabe cómo. La que se esconde detrás del sarcasmo para no mostrar que sufre.
Pero la buena noticia es que… todo eso es solo un sueño. Y ese sueño se disuelve cuando dejamos de aferrarnos a él.
El perdón, el verdadero, no el que todavía quiere castigar un poco, sino el que ve que no hay nada que castigar, es la clave para salir de ese bucle.
Entonces, al final, Lucifer no necesita ser salvado. Nunca estuvo perdido.
Solo hace falta recordar.
“El milagro no mira las ilusiones, las deshace.”

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