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Transformar nuestras relaciones mediante el reconocimiento del amor universal: La Relación Santa

Foto del escritor: Alison SarahAlison Sarah

Nuestras relaciones, ya sean fugaces o profundamente íntimas, son reflejos fieles de nuestra mente. Nos muestran no solo nuestras creencias más arraigadas, sino también las barreras que hemos levantado contra el amor puro, ese amor que no distingue ni juzga. Pero, ¿qué significa realmente amar sin condiciones ni particularidades?


Holy Relationship

El amor como esencia única e indivisible

Quizás pensemos que existen diferentes tipos de amor (un amor para nuestros hijos, otro para nuestras parejas, y otro para nuestros amigos). Pero en la unidad de la mente, el amor es único e indivisible.

"No hay más amor que el de Dios. Tal vez pienses que es posible que existan diferentes clases de amor. Tal vez pienses que hay un tipo de amor para esto y otro para aquello... El amor es uno. No tiene partes, grados, tipos, niveles ni divergencias. Es como sí mismo, inmutable." (UCEM)

Amar, en este contexto, no consiste en perfeccionar nuestros gestos o palabras para una persona en particular. Es abrazar la evidencia de que, más allá de las apariencias, solo hay un Espíritu, una sola Fuente. Ese amor que somos nos llama a ser revelado a través de nuestras interacciones.


Nuestras relaciones, espejos de la mente

Las relaciones que consideramos más difíciles (con nuestros seres queridos, parejas, padres) no son obstáculos para el despertar. Son puentes. Revelan con una honestidad desgarradora las expectativas, los juicios y las necesidades que proyectamos en el otro. ¿Por qué estas relaciones son tan intensas? Porque revelan todas las dimensiones de la separación que hemos construido en nuestra mente:

  • La particularidad, que busca reconocimiento e importancia.

  • La culpa, que anhela ser absuelta.

  • La carencia, que exige que el otro satisfaga nuestras necesidades.

  • El tiempo, que nos impulsa a querer todo de inmediato.

A menudo utilizamos estas relaciones para mantener una ilusión (la de que el otro podría reparar nuestro sentimiento de incompletud). Pero, en verdad, cada fricción y conflicto es una invitación a ver de otra manera.


La relación especial y la relación santa

Esta mañana, hablando con mi madre, me dijo: “Pero es hermoso amar a alguien un poco más que a los demás, sentir esa conexión especial.” Sus palabras me impactaron. ¿Un poco más o un poco menos? ¿Qué diferencia hace realmente? Esta simple frase revela una mentalidad que todos compartimos: la idea de que es normal, e incluso deseable, medir el amor. Sin embargo, cada vez que elegimos jerarquizar o separar, reforzamos la ilusión de la separación.

En una relación especial, el amor está condicionado por expectativas: “Te amo porque satisfaces una necesidad en mí.” Las parejas son a menudo el ejemplo perfecto: los sentimientos amorosos surgen y se desarrollan dentro de un marco delimitado.


Pero, ¿qué ocurre cuando la otra persona deja de cumplir con nuestras expectativas? ¿O peor, si comparte su amor con alguien más? Esto puede parecer insoportable, una traición a lo que pensábamos que era único y protegido. Sin embargo, estos momentos revelan una verdad fundamental: encerramos nuestro amor para protegernos. Pero, ¿de qué tenemos miedo? El amor parece tambalearse, amenazado por las fluctuaciones del comportamiento o las circunstancias.


La relación santa, en cambio, trasciende estas condiciones. Es una decisión de ver al otro tal como es en realidad: un espíritu unido al nuestro. Abarca en lugar de separar.

"En la relación santa, aprendes a reconocer la unidad que compartes con tu hermano. Lo que ves en esta relación no son dos seres, sino uno, unido a Dios." (UCEM)

Las cajas del amor: una ilusión limitante

A menudo encerramos el amor en “cajas” (amor fraternal, amor romántico, amor paternal...). Cada rol parece imponer límites a cómo debemos amar. Al establecer estas barreras, buscamos protegernos de la vulnerabilidad que exige el amor incondicional. Tenemos miedo de ser heridos, rechazados o de perder el control. Pero, al intentar preservar una ilusión de seguridad, nos privamos de la experiencia de un amor que trasciende todos los límites humanos.

Como expresó mi madre, la idea de una conexión especial es atractiva. Pero, ¿cuántas veces, consciente o inconscientemente, restringimos este amor atándolo a expectativas y obligaciones? ¿Y cuántos lugares en nuestras vidas se convierten en escenarios donde preferimos el sueño de la separación a la realidad de la unidad?


El cuerpo en la dinámica de la separación

El cuerpo desempeña un papel central en esta dinámica de separación. Percibimos al otro a través de su cuerpo (sus acciones, palabras, apariencia) y olvidamos que es mucho más que eso. Esta percepción, condicionada por el cuerpo, limita nuestra capacidad de imaginar la unidad.

"El cuerpo es una herramienta neutral. Puede servir tanto al amor como al miedo. Es tu mente la que decide su propósito." (UCEM)

Al trascender el cuerpo y sus limitaciones, podemos reconocer que no somos este cuerpo, sino el amor que lo anima. Esto nos permite ver al otro de manera similar. El cuerpo deja de ser una barrera; se convierte en un canal para expresar la unidad.


Conclusión: El amor como camino

Abrazar la visión de la unidad transforma nuestras relaciones en espacios sagrados donde aprendemos a ver más allá de las máscaras y roles, a superar los escenarios que nuestra mente escribe sin descanso.

"A través de la relación santa, el amor de Dios se hace visible en el mundo. Se convierte en un canal por el cual el cielo puede ser conocido en la tierra." (UCEM)

Así, el amor se convierte en un camino para reconocer nuestra unidad con Dios y los demás. Cada interacción, cada perdón, cada mirada más allá de los errores nos acerca a esta verdad esencial: no estamos separados, ya somos completos y unidos en el amor eterno. El amor no es una elección que hacemos por algunos y no por otros, sino una realidad que podemos abrazar plenamente, aquí y ahora.

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